Qué mejor manera de lanzar la nueva web que con un estreno. Porque, no lo vamos a negar, nos gustan las críticas pero nos gustan más las películas. Mucho más. Obras cinematográficas de cualquier formato, de cualquier género y de cualquier duración que nos hacen evadirnos, sean de ficción o no, de la realidad.

“El cine es una investigación sobre nuestras vidas. Sobre lo que somos. Sobre nuestras responsabilidades -si las hay-. Sobre lo que estamos buscando. ¿Por qué querría yo hacer una película sobre algo que ya conozco y entiendo?”

Este enunciado de John Cassavetes podría aplicarse perfectamente al cortometraje del realizador Canario afincado en Valencia, Octavio Guerra. La máquina de los rusos surge de un proceso de exploración; de una exigencia por volver a los orígenes. Octavio retornó a Las Palmas para encontrar recuerdos de su infancia y encontró algo mejor: las viejas películas de super-8 de su padre. ¿Es posible retener los recuerdos de una forma intacta?

Tuve la gran suerte de ser uno de los primeros en visionar La máquina de los rusos, con diálogo posterior del director. Una embriagada madrugada, pero con la suficiente clarividencia, Octavio me enseñó la película en una pensión de San Sebastián. A partir de ahí, la máquina empezó a rodar y ganó el premio al mejor documental internacional en el Film Festival ‘Autumn in Voronet’ (Rumanía), una mención especial del jurado en el Fear no Film Festival (EE.UU) y siguió girando y siendo seleccionada en certámenes de Guatemala, Brasil, Italia, Portugal, Argentina, Serbia, Australia, Colombia y España. Así hasta que el cortometraje del director de Agua Bendita, pasó del Pensión Urgull Film Festival —aquella achispada noche— hasta su presencia como nominado en los pasados Premios Goya 2015.

No me alargo más que esto va de cortos. Disfrutad de La máquina de los rusos: un testimonio sobre la familia, la memoria y los cineastas involuntarios. Disfrutad también del nuevo A Positivar. Gracias Octavio.