A pesar de continuar con un exceso de buenismo, que deja el debate en la habitación cerrada del fondo, El 47 es la mejor película de Marcel Barrena. Alargada en exceso su introducción (con elegancia y oficio, eso sí), pues parece que el segundo acto se olvida de aparecer, el ejercicio funciona por su cortesía con el público, por utilizar artilugios gastados y por la dupla protagonista: Eduard Fernández y Clara Segura.
Aun así, que no valga mi primer párrafo para denostar un buen producto. Es simple opinión de uno que no busca un filme justo sobre una causa justa, sino un poco más de profundidad. Porque El 47 funciona y sube cuestas, no aburre en ningún instante e, incluso, es necesaria para recordar movimientos de resistencia que abrieron paso. Y eso es mucho, muchísimo.
La película narra un suceso de finales de los 70, en plena transición, donde Manuel Vital, un conductor de autobuses metropolitanos de Barcelona, secuestro el 47 para demostrar que podía subir hasta su deprimido y olvidado barrio. En palabras del propio Manolo: “No fue un secuestro. Fue una necesidad”. Y ahí, en el Barrio de Torre Baró, entre inmigrantes de la postguerra y diminutos debates lingüísticos, sucede un lindo artefacto que, gracias a él, la historia se mantendrá en la mente de quienes no la conocíamos. El problema es saber si a la película le sucederá lo mismo.
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