(MIEDO Y ASCO EN WALL STREET) Sí. Éste soy yo. Me llamo Herman Blond Rivers. El año que cumplí 26 años conseguí 49 millones de dólares, que al pasarlo a euros se quedó en 723 al mes. Vivo en un jodido dúplex del centro de la ciudad. Empecé como un humilde redactor publicitario que vendía humo y vacías promesas de mierda y ahora soy un crítico de cine aficionado que trabaja por el puto amor al arte. No se puede llegar más alto: sexo, drogas, prostitutas, tres jets privados, dos yates, una piscina gigante con forma de riñón, dos casas en la playa y aprovecho que el cine los miércoles cuesta 3,90 euros. Tomo analgésicos para las resacas, Almax para las malas digestiones, Acuolens para la sequedad ocular y me masturbo unas tres veces diarias. Tengo a tres agencias federales y a los encargados de la O.R.A tratando de atraparme. El riesgo nos mantiene jóvenes. Esto es vivir la vida y lo demás son gilipolleces.
Hoy voy a daros mi subjetivísima opinión sobre El lobo de Wall Street: la última puta obra de Scorsese. El tío Martin tendrá 72 años, pero que le va la marcha nadie en su sano juicio lo puede negar. ¡¿Que es demasiado larga?! Joder, es el puto Scorsese, si una película baja de las dos horas se cree que es un jodido cortometraje. ¡Qué hijo de puta! Le apetecía contar la vida, obra, milagros y exuberancias de Jordan Belfort. Y si ese broker norteamericano, que se creía el puto amo del mundo, vivió con excesos y sin escrúpulos, el director de esa maravilla llamada Uno de los nuestros ha hecho una película excesiva y sin escrúpulos. Y bien que ha hecho el traviesote; a la vejez viruelas, qué cojones.
Durante la primera hora y media de metraje puedes acabar un poco saturado de tanto mamoneo. Como nos dice la voz en off: “Era una casa de locos. Un festival de la avaricia de partes iguales entre cocaína, testosterona y fluidos corporales”. Cómo llega DiCaprio —Belfort— a amasar éxito y fortuna y convertirse en el Lobo de Wall Street nos lo cuentan en veinte minutos y, a partir de ahí, subidón, subidón. Y me esnifo unos gramos en el esfínter de una prostituta. Y me hago una paja en medio de una fiesta con quinientas personas. Y juego a los dardos con enanos de circo. Y me meten una vela por el culo. Y… claro, estas formas a muchos espectadores les han parecido algo desproporcionadas. A mí al principio me apetecía que pasara todo pronto, no lo voy a negar, pero al final quería más. Qué manera de no bajar el listón.
Los actores están de puta madre. Leonardo, que debe tener la misma pasta o más que su personaje, lo clava; nos ha jodido. Algo machista en el tratamiento de los personajes femeninos, el elenco está bastante enfático (y no es mala crítica, es un cumplido). Hasta sale Ethan Suplee, ese gigantón que aparecía en Mall Rats y que, esta vez, iba tan puesto de todo que sí ha visto una goleta. Mención también para Matthew McConaughey: se sale los pocos minutos que está en pantalla y sirve para soltarle la correa al lobo. ¡Auuuuu!
La caricatura, que por desgracia no debe serlo tanto, de los desfases de los capullos que mueven el cotarro y que no ven más allá de su bolsillo, hay que tomársela como tal. Una película que aúlla, desmedida, vertiginosa, con muchas tetas y más cocaina y con momentos brillantes; muy brillantes. Un espectáculo que sabe que todo está en venta. The End. Funde a negro y entra una música que mola. A tomar por culo.
3 Comments
Una crítica jodidamente buena.
PUTA PUTA PUTA PUTA Maravilla de pelicula OSTIA! Snif
Es una orgía total, literal y metafóricamente hablando.
Bravo Germán!