La casualidad. Golpe de suerte es una casualidad. Una providencia que sigue permitiéndole a ese hombre bajito hacer cine y contar historias que puedan ser abucheadas y aplaudidas a partes iguales. El acomodo de una inercia que le empuja a seguir vivo; a buscar en un cajón escondido en su escritorio algún relato, acaso germen, que conforme un nuevo entremés que filmar. Y mientras se lo permitan, o digámosle financien, seguirá lanzando sus intestinos a una gran pantalla. Habrá veces que nos maravillará y otras diremos que es “más de lo mismo”. La diferencia la marcará, pues eso, la casualidad.
Allen tiene prisa. Son casi noventa septiembres y, aunque siempre ha tenido miedo a la muerte, esta vez no quiero pensar en el dinero que se estará dejando en terapia. Tiene prisa y, por esa razón, sus películas tienen el detonante en el primer segundo de su metraje. Dos personajes se encuentran, después de muchos años, y ya tenemos motivos para pensar que todo va a cambiar. El personaje número uno es una joven y atractiva mujer casada con un maduro millonario. El personaje número dos es un joven y atractivo escritor que no colecciona euros ni trenes eléctricos, pero que sirve como vía de escape a la monotonía del buen champagne. Maduro millonario se entera de que el personaje número uno y el personaje número dos han empezado una furtiva relación y decide tomar cartas en el asunto. A partir de ahí, ya saben, entra la casualidad.
Golpe de suerte no será el primer título que nos surja cuando estemos en pretenciosa conversación con amistades cinéfilas. Eso es así. No obstante —no entiendo el término «menor»— se disfruta como un ejercicio de descubrimiento, de querer saber adónde nos va a llevar todo esto, de asociar momentos y diálogos con otras películas del director, de extrañarse con una cámara nerviosa llevada a mano en algunas secuencias, de película fresca, irónica, ágil y elegante. De Woody Allen.
Una tontería más. Si escribimos “Allen” en el buscador de Google, aparece antes la llave esa con forma de ele que la Wikipedia de Allan Stewart Konigsberg. ¿Será el SEO o será la casualidad?
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