Es lo que tiene entrar en una película con pocas expectativas, que, al final, el producto está algo por encima de lo esperado. Sin pasarse. Ha nacido una estrella, tercera adaptación de la obra de William A. Wellman, es la ópera prima de Bradley Cooper como realizador y de Lady Gaga como actriz de ficción. Una película que habla del ascenso y descenso, de la fama y del descrédito; solo que la dicotomía no está individualizada en un personaje sino en dos. Un afamado músico folk que llena estadios como si fuera Fidel Castro conoce a una cantante de entretiempo en un bar trans. Pasan la noche juntos y él dispone que está desaprovechada, por lo que decide ponerle un jet privado para que canten juntos una balada, compuesta por ella, delante de miles de personas. Youtube hace el resto. Ella es escogida por un productor que hace productos. Él continúa con su música intensa y sus botellas de bourbon. Up and down.
Bradley Cooper —el director— apunta maneras, eso no se puede negar. Y, a pesar de su trillado guión, sabe sacar partido de los secundarios y de los números musicales. El concierto de introducción y el concierto de cierre de Ha nacido una estrella son un ejemplo de lo viejo y lo nuevo, de lo áspero y lo melódico, de aptitud y actitud… de todo lo que encontramos en los 120 minutos de intermedio. Lady Gaga al final se llevó un Grammy. Era domingo por la tarde. Y yo no me dormí.
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