La bestia es de esa clase de películas que, en cuanto abandonas la sala, te preguntas: “¿qué acabo de ver?”. Es interesante, sin embargo, entrar en esta clase de productos de la manera más incorrupta posible. Sin haber leído o escuchado crónicas que desbaraten o sentencias que alaguen. Y, sobre todo, es imprescindible no marcarse una opinión sin sopesar con tiempo el visionado. Más que nada, porque caerás rendido a sus pies o, por el contrario, te cagarás en ellos.
Hablamos de un cine que demanda reposo, que sugiere desde su primer instante y que busca la complicidad constante del espectador. La bestia del título es un ente diferente para cada individuo, como lo fue para Henry James en su novela, como lo es la espera constante de Giovanni Drogo en El desierto de los tártaros o, en un símil más próximo, como lo es ese Monstruo de la última faena de Koreeda.
Bertrand Bonello es Bertrand Bonello y a nadie debe contrariarle su propuesta por no esperada. Su distópica sinopsis habla de un futuro cercano en el que la IA lo es todo y las emociones sobran. Un año 2044 en el que Gabrielle decide purificar su ADN para sumergirse en sus vidas pasadas: en 1910 y en 2014.
Gabrielle —genial con texto y sensacional sin él— es Léa Seydoux. Y se mueve entre épocas con miedo a esa bestia sin morfología. Y en todas ellas está presente el afecto como hilo: el ilusionante, el tóxico y el hastiado.
Bonello construye tres épocas, agredidas entre ellas, mediante las interferencias; para que sirvan formalmente de transición entre secuencias o, quizá (él sabrá y yo conjeturo), como intromisión del tiempo en las emociones que van evaporándose. Una película inmersiva —literalmente en una escena subacuática para enmarcar— en la que las personas tienen cada vez menos vida y las muñecas cada vez tienen más.
Liquidando. La bestia es una extravagante función, pretendida desde su guion, con símbolos a desenmarañar y con algún trazo grueso (que, curiosamente, viene bien para rebajar la intensidad del relato). Una obra para viejunos (como yo) y apocalípticos del futuro y del amor. La bestia no es fácil ni pretende serlo. Solo hay que entrar en el galimatías y fluir con él. Y esperar unas horas o unos días y pensar, entonces, en si te a gustado o te arrepientes de haber perdido dos horas y media. A mí, en estos momentos, me ha gustado. Más adelante, no sé. Indiferente no deja. Y eso, por ahora, no se puede hacer con el ChatGPT.
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