(MAMITIS) Xavier Dolan-Tadros, nacido en Montreal el 20 de marzo de 1989, es un actor, productor, guionista y director de cine canadiense. Es decir, el jovencísimo realizador de cinco multipremiadas películas es piscis. Ha llegado a ser comparado con Almodóvar, Allen, Cassavetes, David Lynch, Gus van Sant y Wong Kar-wai. No está mal. Y su película preferida —atención al dato— es Titanic. Creo recordar que comentó en una entrevista que ha visto la obra de Cameron 35 veces. Por lo tanto, a su escasa existencia hay que quitarle más o menos un año de vida que ha gastado viendo escupir a Leonardo Dicaprio. El resto lo ha aprovechado muy bien.
Cinéfilo, melómano y amante de la moda, ha logrado hacer un cine personal y repleto de señas de autor que, a pesar de sus repetitivos conflictos, no pasa desapercibido para público y crítica, ya que se supera historia tras historia. Su indisciplina cinematográfica, sus excesivos juegos narrativos y de imagen y sus gritos continuados en el guión, cargan y fascinan. La verborrea vociferada del protagonista de Mommy recuerda mucho a la del intérprete principal de Yo maté a mi madre, su primera película. Puede que en esta última esté algo más justificada debido a los problemas mentales del chaval. No obstante, las purgas musicales obtienen ese sosiego necesario para no acabar con dolor de cabeza.
Mommy empieza con lo que parece un error de proyección en un formato 1:1. Los personajes se manejan recluidos en la agónica verticalidad para que ningún espectador se pierda en los jarrones del fondo. Lo que no importa no cabe y, además, no se ensancha hasta que los actantes hayan cogido un poco de aire. Ovación incluida. A una viuda con una vida apagada y un retoño violento, con trastorno por déficit de atención e hiperactividad no le da para campar a sus anchas, ni mucho menos para coexistir de forma panorámica. Y el respetable le acompaña.
Pero antes de ver imagen, unos rótulos nos hablan de una ley (ficticia) aprobada en Canadá, por la que los padres que no puedan convivir con sus problemáticos hijos tengan la potestad para internarlos y que el marrón se lo coma el estado. Una ley que no quitas de tu cabeza porque sabes que Dolan no sabe de Mcguffins ni de elementos gratuitos. A esperar toca. Su descomunal dramatismo puede insensibilizar por desmedido, pero el Quebequés controla (mucho) y al final te acaba atrapando en su 1:1. Quiero más.
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