(LA MELANCOLÍA DEL MAGO) El señor Manglehorn es Al Pacino. Todo gira en torno a su personaje; definido algo más frágil que de costumbre. Ha tenido una existencia tan llena de acontecimientos como incompleta. Todo pasa y todo queda. Pero es lo que pasa, lo que no ha concluido en una totalidad subjetiva, lo que se rememora y lo que se añora. Señor Manglehorn, ahora en cursiva, es una película melancólica: por su ritmo calmoso, por los escenarios y, sobre todo, por sus personajes. Un film de individuos, una gata y un panal de abejas.
David Gordon Green y su neófito guionista nos cuentan el presente del señor Manglehorn, actualmente encargado de una cerrajería, y mediante llaves reales y virtuales nos abren su pasado mediante interlocutores tan macilentos como él. Que el divorciado protagonista haya perdido a su gran amor (que no es su exmujer), que no vea casi a su hijo y que viva con una gata enferma es casi de manual de cineasta, tanto como aportarle mediante una solitaria cajera de banco —significativa Holly Hunter— un poco de luz a su afligida vida. Sin embargo la forma de trasladar y de recorrer las trivialidades de los actuantes, y lo magníficamente interpretada, es lo que convierte a Señor Manglehorn en una película muy digna.
Al Pacino está comedido y se ha olvidado, para bien, del gesto enfático; simplemente está, que no es poco, para volver a una de sus actuaciones memorables. Holly Hunter no es mera comparsa, sino que aguanta el tipo en sus diálogos y, mucho más, en sus silencios: gran actriz.
A positivar la magia que desprende el señor Manglehorn. Una magia que ha dejado su impronta en todos los que han convivido un tiempo con él, de forma metafórica o quizá no. Yo creo que no.
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