A través de una mujer sin voz, el mejor formalista del cine moderno nos hace un repaso —con descartes de sus películas pasadas, grabaciones detalladas de un paisaje humano y ruinoso y nuevo material consciente— de los últimos 25 años de China. La pantalla, debido a la evolución de las cámaras durante un cuarto de siglo siempre transitorio, cambia de formato y textura de manera tan orgánica que parece que la imagen late frente al espectador.
Una experimentación constante con el lenguaje cinematográfico que nos lanza secuencias visualmente imponentes y que, aun con un guion-excusa, nos dejan un remate unificado, coherente y sensacional. Un (otro) auténtico prodigio de Jia Zhangke.
A la deriva comienza con un país excitado ante la noticia de haber sido elegido sede para las Olimpiadas y termina con una pandemia jadeante. En medio, más de veinte años de cambio geográfico, social, audiovisual y político tratado como una radiografía documental con punzadas de ficción donde, como ya hizo en Más allá de las montañas, la música define la renovación. Y, como eje vertebrador, como recurso para que no se desmonte el muro que el cineasta ha levantado con ladrillos diferentes, una pareja que se quiere, pero no se habla, sirve de argamasa.
Estamos ante un autor obsesionado no solo con el cine, sino con las grafías audiovisuales, con la evolución de su arte y con la denuncia de los excesos y censuras de su país. Inquietudes que traslada con rebeldía, personalidad y, aunque parece que cuente las cosas en voz baja, siempre nos acaba gritando.
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