Bodegón con fantasmas es una buena persona, una ouija de punto de cruz en un mantel, un grafiti con una indiscutible sentencia: “abejas sí, avispas no” y el limbo como reivindicación. Costumbrismo mágico, propuesto por el debutante Enrique Buleo, para refrescar la cartelera y recortar metrajes. Cinco historias de fantasmas y aspiraciones unidas por travellings laterales y por las ganas de contar sin pretensiones.
Con Unamuno, Cuerda, Azcona y bastante Buleo de fondo, Bodegón con fantasmas sustituye gritos por recados, sustos por pausas y espectros por esperpentos; que, al final, es lo que se precisa para destacar de entre los muertos. Y lo excepcional, además, surge desde esa coproducción serbomanchega, con castañuelas y tamburicas sonando; de unos desenlaces satisfactorios que no buscan agradar sino agradarse o de pueblos escondidos que, por fin, no son el foco por importar true crimes sino true life and death. Lo dicho, Bodegón con fantasmas es una buena persona. Denle amor.
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