Que las películas de Wes Anderson son un divertimento con grandes instantes de comedia y visualmente descomunales lo tenemos todos claro. Que la imponente ornamentación, la disposición de elementos y tipografías, la composición de los encuadres, el majestuoso diseño de producción, la caterva de estrellas siempre entregadas y los textos afectados logran que la historia se diluya a las pocas horas de abandonar la sala es también sabido por la gran mayoría. La trama fenicia es, una vez más, paradigma de que solo aquellas experiencias con un alto significado emocional se nos graban en la memoria. Sí, como siempre, el disfrute es alto, sin embargo, la impresión en nuestra mente queda escondida junto a lo que cenamos el lunes pasado. Pero las críticas y crónicas de las películas deben hacerse al poco tiempo de su visionado y, a partir de aquí, todo va hacia arriba. O no.
La trama fenicia es Wes Anderson sobre la pantalla. Múltiples escenarios, que nos recuerdan siempre a otras películas de su realizador, en el que colocar personajes variados, de gesto ampuloso en unos casos e inexpresivos en otros, y con Bill Murray haciendo de Dios todopoderoso (esta vez, literal). En dichos escenarios, desde aviones y barcos a mansiones y desiertos, se mueve el magnate Zsa-zsa Korda entre búsqueda de inversores, confabulaciones familiares e intentos de asesinato. Acompañar al protagonista es una delicia y, en más de un instante, desearías tener un mando para darle al pause y recrearte en descubrir la cantidad de piezas que engrandecen el cuadro.
En resumen, la última propuesta del tío Wes es recomendable para lomógrafos, hípsters, diseñadores de interiores, amantes de los tocadiscos (no tanto de los vinilos), odiadores de Frank Lloyd Wright, gente que guarda sus polaroids dentro de una caja de zapatos, obsesos de la simetría, asiduos a las cafeterías de especialidad, compradores de la revista Tapas, fans de las ilustraciones de The New Yorker, consumidores de tiendas vintage, bebedores de kombucha o, simplemente, para quien quiera pasar 101 minutos agradables.
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